¡Algo extraordinario!

Nuestra búsqueda de lo extra-ordinario es la versión afirmativa de nuestra resistencia a la vida tal cual es.

Disfrazado de deseo y aspiración, es en realidad, odio.

Es la marca distintiva de la humanidad, su constante rechazo de la existencia y su tan demencial como absurda pretensión de modificar el existir mediante la prepotencia de la imposición.

"La vida no puede ser sólo esto, tiene que ser algo más".

Suena muy bien, casi como un imperativo incuestionable si no se quiere ser etiquetado de conformista, resignado, etc.
Su consecuencia más evidente, esa casi constante sensación de alienación con que el 99,99% de la humanidad transcurre su tiempo vital.

Ese no saber, no entender ni tener siquiera idea de por qué, cómo, para qué ni con que fin se está acá.

El ser humano es un animal que siempre quiere estar en otro lado, nunca en donde está.
Un ser que quiere siempre ser "otro" ser, no este ser que está acá ahora.
Quiere ser "algo más".

Y para eso siempre tiene que estar haciendo "algo más".

Es nuestra búsqueda de "lo extraordinario", en cualquiera de sus formas: llegar a ser así o asá, "mejor" que los demás.
Por eso idolatramos a los egos que destacan de la corriente, y aún cuando condenamos a muchos por destacar, lo hacemos sólo cuando destacan en un sentido contrario a nuestras ideas de cómo debería destacar.

Buscamos lo extraordinario como un antídoto, aunque más no sea temporal, que nos saque de este aburrimiento mortal en que transcurrimos nuestro existir sin sentido.
Vamos trás el hombre o la mujer que dicen haber dado con, haber logrado, con la esperanza de que "algo nos suceda" en su presencia.

"Es un ser extraordinario!", y en dicha oración va implícita nuestra esperanza moribunda de que por el milagro de sentarme "a sus pies", algo de lo de él o ella se me pegue a mi, para así ser "extraordinario" yo también.


El hombre simple no hace ruido.

Es como la vida es; simple, indefinible, natural, desconocido, inclasificable.

Para él la vida no tiene etiquetas; no es ni "material" ni "espiritual", ni "secular" ni "esotérica", ni "profana" ni "sagrada", ni "maldicíón" ni "bendición".

Ninguna etiqueta puede rozar siquiera la esencia de la vida.
Su naturaleza es que es indescriptible, siempre.

Así, quien es uno con la vida no tiene una "meta" para "llegar a ser"; no tiene ningún propósito, como la vida.

La vida no tiene propósito, ella es su propio propósito.

Y la vida, Eso, es esto.

Nada extraordinario.

Nada que ver con ese "algo" con el cual se nos va la primavera persiguiéndolo.

Como un hamster en su rueda, sin llegar a ningún lado, sin moverse del lugar, hasta morirse agotado...

Extraordinario va a ser el día que dejemos de buscar y perseguir lo extraordinario.

Ese día dejaremos de sentirnos "aislados" de la esencia de la vida, del "secreto" de la vida.
Sin nada más que hacer salvo vivir, ¡vivir!
¡Sin más propósito que vivir!
Sin desiciones acertadas o equivocadas que tomar para tratar de llegar a ningún lado.
Sin nada más trás lo que correr, nunca más...

Sólo detenerse, y contemplar... el inigualable espectáculo que se despliega frente a nosotros pura y exclusivamente para nuestro entero regocijo.

Sin nada que modificarle, nada en que "mejorarlo".

Lo desconocido, disfrazado de finito, danzando entre las dos orillas abismales del misterio, por un rato.
Por el rato que dure la función...

Ese día no me habré convertido en "alguien extaordinario" yo también.
No.
Ese día habré accedido al secreto simple y desnudo de la vida, a saber: que "yo" (el buscador de lo extraordinario) no soy.
Que sólo la vida es.

Y como espectáculo, como presente, nada es más grande que este privilegio de contemplar la danza sin motivo de lo infinito..., lo infinito disfrazado de finitud, por un rato...

Nada es tan extraordinario...


Richard Mesones.

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