Toda la psicología occidental de la rama que sea se basa en sanear, asistir, ayudar a realizar o por lo menos a "adecuarse" al supuesto protagonista de la "historia personal"; el "yo".
Esto es así y ha sido así, sin que haya existido en general ni el menor intento de cuestionamiento de la cualidad de realidad o ilusión del aludido sujeto.
Pero, ¿qué es el "yo"?
¿Es uno mismo, como todos solemos asumir?
¿O es algo que se crea en-uno en algún momento de nuestro desarrollo psíquico?
¿Existe por sí mismo o es pensamiento-dependiente?
¿Es una entidad concreta o tan sólo un manojo de puntos de vista a los que me he apegado?
¿Un hábito mental al que le he adjudicado la mayor parte de mi energía emocional?
¿Un ídolo mental al que he investido con la impronta de mi identidad?
¿Cómo nace el "yo", la entidad separada, carente, aislada del fluir de la totalidad de la vida?
El "yo" es la encarnación de la resistencia a ser uno con y en la vida siendo en ella lo que verdaderamente somos.
Me explico:
El cuerpo-mente nace y en él se perfila una sensibilidad que es la manifestación particular y única de la Vida una.
Lo que realmente nos distiguirá por el resto de nuestra existencia, nuestra forma única de sentir, o lo que es lo mismo, una forma única de la vida manifestarse a través nuestro.
Nadie ha sido antes ni será jamás como cada uno es.
Es por esto que no sólo no puedo servir de modelo para otros sino que realmente no hay ningún modelo interno válido para seguir o imitar.
Cada flor es única.
Inmerso en el fluir de la existencia, en el movimiento unitario de la vida, en comunidad con todo lo que es tal cual es en cada momento, no hay nadie que se sienta "separado" de la vida.
Hasta que alguien, en general la mamá o el papá, le dicen al niño que No, que él no puede sentir así, que el no es así, que si es así mamá y papá no lo quieren más, que debe ser asá.
Al principio el niño resiste, pero finalmente es convencido por la educación pavloviana de sus amorosos papás que, viendo la posibilidad de que "su hijo" pueda desarrollar una identidad propia al margen de las espectativas de sus padres, se encargan a base de alternancia entre recompensas y castigos de hacerle entender que algo malo le sucederá si él es él, la manifestación espontánea de la infinitud de la vida, y que su única "opción" es amoldarse y tratar de "llegar a ser"; así obtendrá una sensación de control y aceptación que le harán sentir seguro, lo cual es imprescindible como imperativo biológico para garantizarle una sana continuidad como organismo material.
El precio: la claudicación de nuestra originalidad.
Entonces me hallo dividido, escindido, fragmentado.
Bajo la amenaza del castigo y la exclusión, y el soborno de la recompensa de aceptación, que es una perversión del deseo y el temor, y de nuestra capacidad para vivir sana e inteligentemente el placer y el dolor, con el hacha del "mío" y "no-mío" soy trozado, sanjado al medio entre "yo" y "no-yo".
Ya no soy un todo siendo uno con el Todo.
Ya la vida y yo no somos uno y lo mismo.
Somos "yo" y la vida, lo otro, lo que no soy "yo".
¿Qué es el "yo"?
El yo es la identificación de la conciencia original y sensible que emerge en el cuerpo-mente con la idea de que la vida, ya sea en mi o en los demás "debería" ser distinta de como es.
Identificación; "aquello con lo que se es idéntico".
Así identificado con esa idea, encorsetada en ella mi sensibilidad natural, siento indefectiblemente que la vida y "yo" no somos uno, no somos lo mismo.
El "yo" es pues, resistencia interior a lo que es.
Resistencia aprendida, sufrida, impuesta, importada y finalmente adoptada como el propio punto de vista de uno, como sustituto de mi sensibilidad única, de lo que esencialmente soy como ser irrepetible e insustituíble con mi forma única de sentir y ser.
El nacimiento del eterno condenado marca el final -aparente- de la dicha, el amor inocente y la compasión.
Es, por último, un manojo de instrucciones de "cómo debería sentir y ser" para entonces poder "llegar a ser" y así lograr ser aprobado, aceptado e incluído.
Es la expresión psicológica de la creencia o asunción de que necesito de la aceptación y el reconocimiento de los demás para poder ser lo que soy.
Sin la creencia en una tal necesidad interior toda barrera interna desaparece pues desaparece el "sensor", el controlador, la "autoridad o dictador interior", y junto con él desaparece también toda resistencia a la vida en su libre manifestación.
Se es entonces lo que se es, como sea que uno sea, en espontaneo relacionamiento con todo lo que es, sin tratar de entender ni cifrar ni encajonar en un rótulo profesional el insobornable misterio de ser.
Y junto con dicha resistencia la cuasi-eterna senación de aislamiento de la totalidad, de carencia, de temor y amenaza, de separación, conflicto, sufrimiento y confusión.
En su lugar, lo desconocido y nuevo, lo siempre-fresco e indefinible; la vida y su misterio, con su cualidad innominable, manifestándose única en cada ser, floreciendo en el misterio de su propia danza imprevisible, eterna e insobornable, desojando los pétalos vitales de su apariencia particular, dejando a su paso una estela de perfume y de luz, tan efímera como irrepetible en su marcha -aparente- por el tiempo.
En esta danza, en este silencio sin bordes ni cualidades ni límites ni centro, ¿dónde hay un "yo" en todo esto?
Hasta aquí la biografía; a partir de aquí, lo desconocido, el no-saber, el misterio...
Richard Mesones.
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