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1. EL DESPERTAR DEL SUEÑO
Mientras permanecemos encerrados dentro de la experiencia aparente de ser individuos separados viviendo una existencia con la que tenemos que negociar, vivimos en un estado de sueño.
En ese estado de sueño, todo lo que hacemos es gobernado por la ley de los opuestos, en la que cada acto supuestamente positivo es equilibrado exacta e igualmente por su opuesto.
Por consiguiente todos nuestros intentos individuales de hacer que nuestras vidas funcionen, de alcanzar la perfección o de obtener la liberación personal, son neutralizados.
A través de una profunda reflexión y comprensión, descubrimos que mientras continuemos en este sueño estamos, en realidad, viviendo en un círculo. Estamos en una rueda en la que todo se repite continuamente una y otra vez en diferentes imágenes. Es la consciencia que se deleita en una creación que es a la vez constreñida y liberada. Y, a pesar de lo que creamos sobre nuestra individualidad y libre albedrío, llegamos a ver que nosotros somos sólo caracteres soñados que reaccionan y responden desde una disposición de sistemas de creencia históricos y condicionados.
Toda la religión, el arte y la ciencia clásicos en un mundo que nosotros vemos como progresivo, entran dentro de los parámetros de este estado perfectamente equilibrado y exactamente neutral, que sólo sirve para reflejar otra posibilidad. En los términos de la liberación real, no está aconteciendo nada. Lo que nosotros hemos creado aparentemente es destruido aparentemente. Y lo que nosotros hemos destruido aparentemente es recreado aparentemente.
Al movernos desde nuestra naturaleza original y atemporal a la consciencia identificada, hemos creado está circunstancia para redescubrir que el sueño que estamos viviendo no tiene absolutamente ningún otro propósito que nuestro despertar de él. Ese despertar emerge fuera del sueño, fuera del tiempo, y ésta completamente más allá del alcance de todo esfuerzo individual, de toda vía, proceso o creencia.
2. EL CONTEXTO
Cuando era muy joven, tenía la sensación de estar en un mundo mágico, fuera del tiempo. No había ninguna necesidad de devenir algo ni de hacer nada —sólo una unidad no reconocida que me envolvía simplemente en la maravilla de «lo que es». Siento que es lo mismo para la mayoría de los niños.
Un día, todo aquello cambió y entré en el mundo de la separación y la necesidad. Encontré que tenía una madre y un padre separados, un nombre, y una aparente elección de hacer esto o aquello. Me moví dentro del mundo del tiempo y el espacio, de los límites y la exploración, del esfuerzo, de la manipulación, y de la persecución del placer y el escape del dolor.
Llegué a poseer estas experiencias y creía que ellas eran mi manera de ser natural.
También se me enseñó y yo llegué a creer que si trabajaba duramente, me comportaba bien y tenía suerte en mi trabajo elegido o impuesto, me casaba y tenía hijos y cuidaba de mi salud, tenía buenas posibilidades de ser feliz. Hice todo eso con mucho éxito y a veces disfrutaba, pero también reconocía que parecía que faltaba algo intangible y fundamental. Un secreto de algún tipo.
Por consiguiente, decidí buscar lo que faltaba a través de la religión.
Nuevamente, se me dijo que si trabajaba duramente y me aplicaba a diferentes disciplinas, rituales y purificaciones, finalmente llegaría a merecer el «cumplimiento espiritual». Me comprometí completamente en todo aquello que parecía apropiado, pero, sin embargo, no puede descubrir la razón de mi sensación de anhelo.
Un día, casi como por accidente, redescubrí el secreto que había conocido cuando era niño; o quizás él me redescubrió a mí.
Explicar lo que aconteció es completamente imposible. La descripción que más se acerca es la de estar inmerso en un amor y una comprehensión total que está absolutamente más allá de toda imaginación.
La revelación que acompañó a este redescubrimiento fue tan simple y sin embargo tan revolucionaria que barrió de un golpe todo lo que se me había enseñado o yo había llegado a creer.
Parte de esa comprehensión fue que la iluminación está absolutamente más allá de mi esfuerzo por cambiar la manera en que vivo, o aún de cambiar la vida en absoluto. Tiene que ver con un cambio total en la comprehensión de «quien» es quien vive.
Pues yo ya soy eso que busco. Todo lo que busco o pienso que quiero, por larga que pueda ser la lista, todos mis deseos sólo son un reflejo de mi anhelo de volver a casa. Y la casa es la unidad; la casa es mi naturaleza original. Está justamente aquí, simplemente en «lo que es». No hay ninguna otra parte donde tenga que ir, y no hay nada más que tenga que devenir.
Desde entonces, he abrazado y vivido esa revelación —y evitado rechazarla.
Por supuesto, es imposible comunicar en palabras lo inexpresable, y así esta declaración es mi intento de expresar mi comprensión de esa revelación. Intento explicar la manera en que mis creencias sobre la iluminación, el tiempo, el propósito, y mi esfuerzo por lograr el cumplimiento espiritual, pueden interrumpir directamente esa unidad que está disponible continua y directamente; cómo la ilusión de la separación, el miedo, la culpa y la abstracción, pueden distraerme de la liberación que incluye y transforma estas influencias.
Expreso también lo mejor que puedo cuan sin esfuerzo y natural es dejar ir y estar abierto a esa liberación.
Ver esta obra como una exhortación a llevar una vida meditativa o a «ser aquí y ahora» sería errar el blanco enteramente.
Esta declaración habla sobre un salto singular y revolucionario en la percepción sobre lo que nosotros somos realmente. No requiere ningún embellecimiento ni ninguna explicación larga y, una vez realizado, no deja nada más que decir.
Por motivos de claridad, los términos iluminación, liberación, cumplimiento, libertad, unidad, y demás, se toman todos aquí como lo mismo que la realización absoluta de lo que uno es realmente.
3. EL NO LOGRO
Para mí, la primera comprehensión de la iluminación, o de la naturaleza de quien soy yo realmente, no es algo que puede ser expresado. Lo que aconteció ni siquiera puede llamarse una experiencia, porque el experimentador separado necesita estar ausente para que ello emerja.
Sin embargo, lo que acompañó a ese acontecimiento fue una comprehensión de una magnitud tan simple y de un contenido tan revolucionario que me dejó sobrecogido y completamente solo.
Una de las cosas que llegué a ver es que la iluminación sólo deviene disponible cuando se ha aceptado que no puede ser lograda.
Las doctrinas, los procesos, y las vías progresivas que buscan la iluminación, sólo exacerban el problema de aquellos a quienes se dirigen reforzando la idea de que el sí mismo puede encontrar algo que supone que ha perdido. Es ese esfuerzo mismo, ese cerco a la autoidentidad, el que recrea continuamente la ilusión de la separación de la unidad. Éste es el velo que creemos que existe. Es el sueño de la individualidad.
Es como aquellos que imaginan que están en un profundo agujero en la tierra, y que, para escapar, cavan cada vez más profundamente, arrojando la tierra detrás de ellos y cubriendo la luz que ya está allí.
El único efecto probable del esfuerzo extremo para devenir «eso que yo soy ya», es que finalmente me vendré abajo, agotado, y abandonaré. En ese abandono puede surgir otra posibilidad. Pero la tentación de eludir la libertad por la santificación del esfuerzo es muy atractiva. El esfuerzo en el tiempo no invita a la liberación.
La vida no es un trabajo. No hay absolutamente nada que alcanzar excepto la comprehensión de que no hay absolutamente nada que alcanzar.
Ninguna suma de esfuerzo persuadirá nunca a la unidad de que aparezca. Todo lo que se necesita es un salto en la percepción, una visión diferente, ya inherente pero no reconocida.
4. NADIE DEVIENE ILUMINADO
Yo solía creer que las gentes devenían efectivamente iluminadas, y que el evento era similar al de alguien que gana el premio gordo de una lotería nacional. Una vez ganado el premio, al beneficiario le estaban garantizadas en adelante la felicidad permanente, la infalibilidad y la bondad incorruptible.
En mi ignorancia, pensaba que estas gentes habían obtenido y que poseían algo que les hacía especiales y totalmente diferentes de mí. Esta idea ilusoria reforzaba en mí la creencia de que la iluminación era virtualmente inobtenible excepto para unos pocos extraordinarios y elegidos. Estos errores brotaban de alguna imagen que yo tenía de cómo debía parecer un estado de perfección. Yo no era capaz de ver que la iluminación no tiene nada que ver con la idea de la perfección. Estas creencias se acentuaban fuertemente cuando comparaba mis inadecuaciones imaginadas con la imagen que tenía de cualquier «héroe espiritual» que acontecía que me atraía en ese momento.
Siento que la mayoría de la gente ve la iluminación de una manera similar.
Ciertamente ha habido muchos, y todavía los hay, que buscan fomentar tales creencias y que, de hecho, han pretendido haber devenido iluminados. Ahora veo que ésta es una declaración tan obtusa como la de quienes proclaman al mundo que pueden respirar.
Esencialmente la realización de la iluminación trae consigo la comprehensión repentina de que no hay nadie ni nada que se ilumine. La iluminación simplemente es. No puede ser poseída, de la misma manera que no puede ser lograda o ganada como un trofeo. Todos y todo es unidad, y todo lo que hacemos al intentar encontrarla obstaculiza su vía.
Aquellos que hacen proclamas de iluminación o que adoptan ciertas apariencias, simplemente no se han dado cuenta de su naturaleza paradójica y suponen la propiedad de un estado que imaginan que han logrado. Probablemente habrán tenido una profunda experiencia personal de algún tipo, pero esto no tiene absolutamente ninguna relación con la iluminación. Por consiguiente, todavía permanecen encerrados en sus propios conceptos individuales basados en sus propios sistemas de creencia particulares.
Estas gentes necesitan a menudo adoptar el papel de «maestros espirituales» o de «maestros iluminados» y atraen inevitablemente a aquellos que necesitan ser estudiantes o discípulos. Su enseñanza, enraizada todavía en el dualismo, promueve inevitablemente un cisma entre el «maestro» y aquellos que eligen seguir la enseñanza. Cuando los seguidores aumentan, el papel exclusivo del maestro necesita ser acentuado.
Uno de los sistemas habituales, cuando se ha adoptado tal papel, es la representación de cualquier admisión o signo de «debilidad humana». Esta situación crea habitualmente distancia entre el «maestro» y sus seguidores.
Como la especialización del «maestro» deviene cada vez más efectiva, y las demandas de los seguidores devienen cada vez más grandes, así, invariablemente, las enseñanzas devienen cada vez más obscuras y enrevesadas. A medida que la obscuridad de la enseñanza aumenta, el cisma se hace más ancho, y muchos de los seguidores devienen a menudo más confusos y sumisos. El efecto habitual entre los afectados puede ser una adulación incuestionable, desilusión, o un despertar y seguir en movimiento.
Sin embargo, estos tipos de influencia han establecido y mantenido una ilusoria sensación de duda e inadecuación en el inconsciente colectivo respecto a la capacidad de la gente para abrirse y realizar algo que es tan natural, simple y disponible como respirar.
Aquellos que han comprendido y abrazado plenamente la iluminación no tienen absolutamente nada que vender. Cuando comparten su comprensión, no necesitan embellecerse a sí mismos o lo que comparten. Tampoco tienen ningún interés en ser madres, padres o maestros.
La exclusividad engendra exclusivismo, pero la libertad se comparte a través de la amistad.
5. EL TIEMPO
En mi situación de separación llegué a aceptar, sin cuestión, la existencia y efecto del tiempo. Junto con mi creencia en el tiempo, yo estaba casado inevitablemente con el concepto y experiencia de un comienzo, un medio, y un fin —un viaje hacia la realización de una meta o conclusión.
Este concepto de un viaje puede ser aplicado a cualquier nivel, ya se trate de hacerlo bien en la escuela, de crear un próspero negocio, o de realizar la iluminación. Todo era una senda de devenir —el logro de un resultado en el tiempo.
Este mensaje fue grabado poderosísimamente en mí psique por lo que me parecía que era el proceso del nacimiento y la muerte. Un mensaje tan poderoso reflejaba y reforzaba la aparente irrefutabilidad de la existencia, el paso y el efecto del tiempo. Como experimentaba lo que parecía ser el efecto del tiempo, llegué a creer en él. Como creía en la existencia del tiempo, llegué a creer también en la limitación de mi propia existencia. Como llegue a aceptar esa limitación, llegué a creer también que necesitaba hacer uso de ese periodo dado. Yo no tenía que hacer algo, lograr algo, devenir algo valioso durante el tiempo que imaginaba que quedaba. Por consiguiente, nació el concepto de «propósito», y junto con él mi expectativa e implicación en lo que ese propósito podía traer.
6. EXPECTATIVA Y PROPÓSITO
Devine encerrado en la limitación del tiempo y la separación por la expectativa que tenía sobre el propósito. Yo había estado persiguiendo una variedad de metas y propósitos en mi vida, incluyendo las espirituales. Dentro de la ética religiosa tradicional, encontré un caleidoscopio de doctrinas y conceptos orientales y occidentales, que yo creía que representaban una rica tradición de sabiduría autorizada.
Como consecuencia de lo que veía como mi carencia espiritual, decidí que tenía que hacer algo —pertenecer a algo, devenir algo que mereciera la pena. Tenía que encontrar un modelo de realidad que satisficiera mi necesidad de sentir que estaba haciendo algún tipo de progreso hacia algún tipo de meta.
Decidí intentar devenir cristiano.
Considerando la información que tenía en aquella época, parecía que este enfoque era apropiado. Yo tenía mi trasfondo occidental, mi conocimiento de la historia y de la tradición bíblica, y las verdades, procesos y rituales aparentemente intachables que se me habían enseñado —el pecado original, la oración, la confesión, el perdón, la comunión y la purificación, y la palabra escrita y hablada.
Sentía que estaba haciendo lo mejor con lo que, en aquella época, comprendía y santificaba, y con lo que anticipaba y esperaba que daría significado a mi vida espiritual. Si lo intentaba con mayor esfuerzo, mañana sería mejor que hoy, y otro lugar sería mejor que este lugar.
Llegué a creer en el mensaje de la inadecuación, que lleva, a través del arrepentimiento, a una gracia dada, por medio de la cual, eventualmente, sería considerado ser «merecedor» y, finalmente, evolucionaría desde un nivel de existencia más bajo a otro más elevado.
Ahora tenía los medios que pensaba que necesitaba para realizar el propósito que creía que me colmaría.
Podía solicitar con la oración y negociar con las obras, mientras «Dios Padre» se sentaba firme en el cielo y llevaba las cuentas.
Parecía que había muchas oportunidades, mucho conocimiento y mucho tiempo en los que dar significado a mi vida, para devenir algo mejor —algo valioso. Y mi propósito iba a la par que mi esperanza. Pues era la esperanza de cosas mejores por venir la que me inspiraba a contender y a esforzarme, a resistir y a persistir a fin de fortalecer mi sentido de dirección. Ahora podía hacer progresos espirituales por mí mismo y ayudar a otros a hacer lo mismo.
El propósito, la esperanza y la creencia me daban la energía y la voluntad para triunfar. El propósito, la esperanza y la creencia —estos valores reverenciados y aparentemente poderosos, son reconocidos por muchos como muy valiosos. Pero, por supuesto, también existen a la sombra de la confusión, de la desesperanza y de la desesperación. En aquella época, yo no había contado con ese lado de las cosas. Final e inevitablemente, el oscilante péndulo de los inacabables encuentros con la expectativa y la frustración, el esfuerzo y la inadecuación, la aparente fuerza y la debilidad, jugaron todos su parte en mi despertar de este sueño.
Todas aquellas comuniones y confesiones, y todos aquellos trabajos espirituales parecían inacabables —aquella codiciosa cesta espiritual sin fondo que tendría que llenar con la oración, la abstinencia, la humildad, el culto y las buenas obras, y que, si llegaba alguna vez a su fondo, tendría que llenar otra, comenzando probablemente con la obediencia y la castidad.
Lo intenté e intenté, pero todo parecía muy arcaico y sin alegría. La expectativa de que un fiel ya temeroso e inadecuado pudiera, por medio de la negación y el culto, devenir otra cosa que un fiel temeroso e inadecuado, parecía tan fútil como la idea de que el celibato era un senda a la celebración y a la totalidad. Sentí como si estuviera intentando cocer un pastel sin ningún jugo.
Es mi parecer que cualquier intento de trasladar lo inexpresable dentro de lo doctrinal debe acabar inevitablemente como una falsificación —una idea contradictoria sobre la perfección que transforma el canto de libertad sutil y bello del originador en un interminable dogma de limitación. Cuando el pájaro ha volado, la esencia de su canto a menudo se extravía, y entonces todos nos quedamos con una jaula vacía.
Me gusta la historia de cuando Dios y el Diablo estaban observando al hombre cuando descubrió algo bello en un desierto. «¡Aja!», dijo Dios al Diablo, «ahora que el hombre ha encontrado la verdad ya no tendrás nada que hacer». «Al contrario», respondió el Diablo, «voy a ayudarle a organizarla».
Siempre que o dondequiera que hay religión organizada, ahí también puede florecer muy fácilmente un rico terreno de crianza para nuestros peores miedos, nuestra culpa más obscura, y nuestros conflictos más feos, persona a persona, nación a nación, y fe a fe. Ya sea que tengamos una creencia religiosa o no, estas plagas pueden estar profundamente dentro de nosotros e invadir cada parte de nuestra experiencia.
Se sentía innatural y limitante soportar una ética basada en este «no» purgativo y en este «sí» cuidadosamente considerado cuando reconocía intuitivamente que lo que buscaba estaba absolutamente más allá de ambos. En estas circunstancias, me puse en movimiento e investigué el mundo de la terapia y la espiritualidad contemporánea.
Estos enfoques hacia el cumplimiento me parecieron mucho más inteligentes e inclusivos que nada de lo que había encontrado previamente; las ideas eran muy abiertas y liberadoras.
Era tremendamente excitante que se ofrecieran los medios con los que podía aprender a descubrir, curar e integrar aquellas partes de mi vida que parecían interferir en mis relaciones con la gente, en mi creatividad, salud y riqueza, y, lo más importante de todo, en mi propio sentido de autovaloración.
Si todos nosotros pudiéramos hacer esto, qué mundo maravilloso podría resultar de ello. Esto me atraía, especialmente en contraste con la idea de tener que conformarme a un modo de vida basado en el modelo conceptual de algún otro sobre cómo debía ser yo.
Hubo así muchos procesos interesantes y nuevos donde elegir, y muchas gentes con las que compartir lo que sentía como una aventura espiritual del siglo veinte. Era fascinante estar involucrado en descubrimientos sorprendentes y luminosos, la intensidad de las emociones, el miedo y la excitación de revelar mis secretos más íntimos, de abandonarme verdaderamente a mi gurú, de descubrir por qué estaba tan fascinado y tan asustado por las mujeres. Participar en las agonías y revelaciones de otras gentes, en sus memorias de vidas pasadas, en sus asaltos presentes y esperanzas y temores futuros, todo era una revelación y una confirmación.
¡Todo era muy excitante, y todo trataba de mí!
Me involucré en las meditaciones más profundas y más iluminativas, consumí los libros más recientes y significativos, y, por supuesto, me arrojé con mucho entusiasmo en las terapias más avanzadas. Brotaban del terreno como frutos nuevos para ser sorbidos y digeridos, o saboreados y desechados —este método de respiración, esa afirmación, esta integración, esa energía especial y significativa— todo tenía una fascinación para mí en aquellos antiguos días. Si estas actividades se consideraban como introspectivas o autocomplacientes, yo ya había reconocido eso entonces, con una excepción: toda elección es generada por una aparente automotivación.
La expresión de las sensaciones devino sacrosanta, junto con la necesidad de pensar positivamente, de perdonar a mi madre, de curar a mi niño interior, de bucear dentro de mi pasado, y así sucesivamente. Todas estas cosas devinieron procesos vitales e importantes que había que seguir —algo así como los «Diez Mandamientos» del día moderno.
Pasé un año haciendo un curso residencial intensivo, experimentando muchas terapias contemporáneas clave, mezcladas con meditaciones orientales. Después de un tiempo inmerso en esas terapias y métodos, sentí que me aprovechaban y que me aportaban mucho beneficio.
Experimenté un considerable movimiento de inhibiciones anteriormente retenidas y llegué a reconocer los sistemas y patrones de creencia que habían influenciado fuertemente mucho de mi antiguo comportamiento.
En la mayor parte del «trabajo interior» que hacen las gentes, parece que el fortalecimiento y el reforzamiento de una sensación de autoidentidad y de autovaloración es la meta principal. La teoría parece ser que si yo puedo abarcar y asimilar estos procesos, entonces puedo emerger eventualmente como un individuo más vivo, más equilibrado y más efectivo, con una idea clara sobre las relaciones y sobre mi parte en el todo. Toda esa estructura necesitaría ser edificada sobre un poderoso grupo de sistemas de creencia, desarrollados con considerable disciplina y esfuerzo. Pero la creencia reside dentro de la sombra de la duda. Sólo funciona efectivamente en proporción directa a la supresión de la duda que busca echarla abajo.
Comencé a ver de nuevo que estaba intentando reparar y ensamblar lo que yo tomaba por piezas relacionadas, esperando que finalmente podrían unirse para hacer un todo. Pero este enfoque contradecía directamente mi comprensión de que la iluminación está más allá de mis esfuerzos y expectativas, concernientes a la autoidentidad y autovaloración.
Para aquellos que buscan el cambio como individuos dentro de la rueda de la vida, el mundo terapéutico contemporáneo ofrece un campo tremendo y un enfoque mucho más profundo y más aceptable que cualquier otra cosa que haya habido antes.
En mi caso, la primera comprensión de la iluminación siguió directamente a mi salida de la senda religiosa, cuando tenía alrededor de veintiún años. Pocos años después de esto, me involucré en las terapias contemporáneas, pensando que podían ser un vehículo para comunicar la posibilidad más profunda.
He experimentado que el tipo de energía generado en algunas sesiones terapéuticas puede abrir a las gentes a una percepción más profunda sobre la naturaleza de la consciencia y sus implicaciones. Pero aquí, nuevamente, me encontré a mí mismo ocupado y fascinado también por mis expectativas que implicaban el tiempo, los propósitos y las metas.
En el mundo del tiempo, los propósitos y las metas son perfectamente apropiados, pero hay muchas cosas implicadas en el apego y las expectativas que les rodean —pertenecer a esto, pertenecer a aquello, procedimientos para cambiar, o para ser mejor, métodos para purificar, y así sucesivamente. Gentes y lugares nuevos e importantes, maestros de la consciencia y enseñadores de verdades brotan por todas partes y ofrecen su propia fórmula particular para vivir. Y cuando nos movemos de uno a otro, no parecemos dispuestos a ver que la libertad no reside en un lugar u otro, simplemente porque la libertad, por su naturaleza misma, no puede ser excluida o excluyente. No parecemos ver que, cuando marchamos hacia la siguiente elevación «espiritual» anticipada, el tesoro que buscamos no ha de descubrirse en ese lugar adonde vamos, sino dentro de la naturaleza simple de los pasos mismos que damos. En nuestra prisa por encontrar una situación mejor en el tiempo, pisoteamos la flor de eseidad que se da a sí misma en cada momento.
Es mi parecer que nuestro apego al propósito nace de la necesidad de probarnos algo a nosotros mismos. Pero la vida es simplemente vida, y no está intentando probar nada en absoluto. Esta primavera no intentará ser mejor que la primavera pasada, y ningún fresno intentará devenir un roble.
Al dejar ir nuestra fascinación por lo extraordinario y espectacular, podemos permitirnos reconocer la simple maravilla que está dentro de lo ordinario.
Pues la vida es su propio propósito y no necesita una razón para ser. Ésa es su belleza
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