Los seres de la tierra son el aire y el mar y las llanuras incansables,
el río tumultuoso que desciende, lleno de ojos y aletas,
y las arduas montañas con cumbres coronadas de voces,
y ese enardecido señor de luz que murmura en la hoguera.
Hemos venido un día para verlos.
¿Cómo podría la chispa ser la dueña del fuego?
Un día para verlos...
Giro del aire verde en la arboleda,
bordes de cascabel del mar inmenso,
luz de atardecer en cada hierba, en las brillantes antenas de la hormiga,
agua incesante y viva cuyas escamas son fragmentos del cielo,
altos riscos con flores donde se rasgan los vientos violentos,
y en la noche, en el tronco que arde junto al mar, la cabellera de las chispas.
¿Cómo puede ser mía la llanura?
Ella es dueña de mi rumbo y mis huesos.
Ella es la realidad que permanece, y danzan en su pecho lo alegres fantasmas.
Un día de altas magias para ver
las altas construcciones del viento,
los indecisos ciervos del cielo,
los bisontes que se deshacen en largos peces,
y el amor de ojos de vino temblando junto a los ríos más temibles,
y los íntimos bosques susurrantes de enigmas.
Ven, y humedece tus pupilas en este mar distante,
piensa en los rumbos de tu mente mirando la víbora sutil en la que no hay nada maligno,
pide permiso al manantial para beber en sus aguas tranquilas,
y canta tu gratitud a solas, cuando cabalgues buscando las moras silvestres.
Es de noche, encendamos fogatas en las cumbres,
pronto va a terminar este relámpago
y aún no han acabado de decirnos todos sus hondos recuerdos
la piedra y las estrellas.
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